Don Manuel y Don Valentín. Un dialogo intercultural achense

Por Rubén Gutiérrez (Docente UNLP)

Como cuestión previa deseo aclarar que esta narración no tiene intenciones  autorreferenciales  ni tiene otra motivación que resaltar el pensamiento de personas que convivieron hace mas de cien años en nuestro pueblo. Por eso hablo de mi abuelo, ya que sus testimonios son la fuente documental de los acontecimientos que transcribo y que me fueron transmitidos por él.

Durante los años de la primera década  del siglo pasado vivía en General Acha sobre la margen  sur de la laguna ,cercano donde hoy se encuentran las instalaciones de la empresa Durlock, una numerosa comunidad de familias nativas con su jefe, conocido como Pichi Huinca, El Cacique. Como era costumbre en la época,  también era conocido  con  un nombre cristiano, Manuel Ferreira. Y mi abuelo en sus relatos siempre lo recordaba como Don Manuel .

De adolescente me  apasionaba que mi abuelo contara historias  de General Acha de principios del siglo pasado, especialmente le pedía que me  hablara de los nativos y siempre la conversación giraba sobre la figura del cacique que había sido, según sus recuerdos, su amigo y contertulio distinguido.

Don  Valentín Gutiérrez, era un español de Cantabria ,bien al Norte de la península,  nacido en una aldea muy cercana a Los Picos de Europa, cuyo padre para rescatarlo del hambre y la mísera de entonces, logró con sus escuálidos ahorros subirlo en 1898   a un barco en La Coruña cuando todavía llevaba  pantalones cortos y mandarlo a la Argentina. Como tantos otros en esa época. Luego de trabajar pocos años como dependiente en un almacén de la campaña  bonaerense, recaló como empleado de sus paisanos montañeses en la Casa Ruiz Pérez.

Muy afecto a las charlas y las relaciones publicas, sus patrones entre todas  sus tareas lo encargaron  de lo que hoy seria la atención personalizada del cliente. Entre tantos,. mi abuelo fue el interlocutor privilegiado de un parroquiano muy especial, Don Manuel Ferreira, Pichi Huinca, Jefe de su comunidad. Que  gustaba  llegar todas las mañanas, montado en su caballo tordillo  a  conversar y tomar ¨ la copita´, como excusa para conversar y relacionarse. Era usual entonces que las casas de ramos generales sirvieran bebidas al mostrador  a sus clientes.

Me contaba mi abuelo que existía entre ambos un gran interés  por  saber cosas del mundo del otro. De lo poco que recuerdo,  a Don Manuel le interesaba  como vivían los animales durante las nevadas del duro y largo invierno de la cordillera cántabra, donde los guarecían y le costaba creer que allí nunca había sequias y lloviera más del doble que en su tierra.  O ¿Cómo hacían para aprovisionarse en los pueblos donde vivían  tantas almas juntas? El misterio de la fabricación de utensilios de metales ,que mejoraban la vida de las personas, o cómo funcionaban los adelantos de la época,  el tren ,el telégrafo, los barcos…En fin ¿ Cómo era el ancho mar que los separaba con la otra tierra?

A su vez a don Valentín lo intrigaba como su amigo pronosticaba  los cambios del clima interpretando  el comportamiento previsor de algunos  animales silvestres , su sabiduría  para adiestrar  al caballo en habilidades desconocidas, la baquía para orientarse en el monte y campear  animales perdidos, el sexto sentido para encontrar las napas buenas de las aguadas. Son algunas que por repetidas, siempre recuerdo.

Entiendo que mi voracidad por estas historias sobre aborígenes se  originó en que los adolescentes de entonces estábamos saturados de películas de westerns norteamericanos con guerras repetidas y enfrentamientos perpetuos. Allí  un «indio» y un «carapalida» se peleaban a muerte y en el relato de mi abuelo por el contrario, convivían y  se interesaban recíprocamente por sus mundos diferentes  y podían ser amigos. Insisto,  para mí a esa edad me resultaba extraño, casi inverosímil. Y me fascinaba.

«Nunca califiques  a las personas por el color de su piel, todos somos iguales por dentro, buenos o malos, según nuestra  conducta». Esta enseñanza  de don Valentín  resuena aun en mis oídos desde entonces, cuando recordaba a sus vecinos nativos.

El ser humanos es uno sólo, cambian sus circunstancias (clima, paisaje, historia, educación, tradiciones, lengua , etc.) Evidentemente Don Manuel no tenía una cerrazón mental que lo hiciera  refractario a lo distinto , aspiraba a comprenderlo, por lo cual concebía, a su manera,  lo que hoy llamamos  una visión universal del hombre.

A la distancia creo que el objetivo central de aquellos seres  aparentemente tan distintos, era dialogar para conocerse , comprenderse y mejorar la existencia  común. Hoy tiene permanente actualidad su filosofía de vida ante los retos de quienes pretenden ahondar distancias entre las personas por cuestiones pasadas o meramente  accidentales, como el color de su piel o su nacionalidad.-

La grandeza de un pueblo consiste en no idealizar un pasado de réprobos y elegidos, sino mirarlo tal cual ha sido, con sus luces y sus sombras, para crecer reproduciendo lo bueno y evitando lo malo de cada cultura.

Por eso me hace bien  compartir con el lector este  recuerdo de  don Manuel y don Valentín conversando animadamente  en el mostrador de la casa Ruiz Pérez un día cualquiera de 1906- A veces se dice que el mundo está mal porque faltan buenos ejemplos. Esta narración lo desmiente, porque ellos  que eran aparentemente muy distintos,  se entendían y respetaban.