Destacan en Bahía Blanca la vida de Maiza, bioquímico nacido en Acha

El diario digital La Nueva, de Bahía Blanca, destacó a un bioquímico de esa ciudad que nació en General Acha y tuvo laboratorio en esta localidad. Enrique Maiza fue el profesional de 74 años al que se le hizo una extensa nota. A continuación el artículo de La Nueva:

 

Enrique Maiza era un pibe cuando supo que iba a ser bioquímico.

En su General Acha natal, provincia de La Pampa, ya soñaba con su promisoria carrera en la Universidad Nacional del Sur (UNS), en Bahía Blanca, la que, finalmente, logró cumplir al pie de la letra.

Enrique sabía de esfuerzos. Así se lo había inculcado su padre, Francisco, que había llegado a los 18 desde Ezcurra, España, a “hacerse la América” desde muy abajo, trabajando primero como herrero y luego como empleado del vivero provincial.

Y así, también, le había enseñado su madre, Lucía Grisamo, quien crió cuatro hijos y les dio estudio trabajando como portera de escuela.

Nacido el 23 de octubre de 1945, este hombre “derecho” y apasionado por su profesión, pisa los 74 más activo que nunca: trabaja a la par de cualquier joven profesional.

En uno de sus laboratorios (“Gama”), en Alem al 500, encara la mañana con una jeringa en la mano, como, según confiesa, pretende morir.

 Transcurrieron nada menos que 45 años desde que, ya graduado, montó su primer laboratorio en Acha y en ese camino hubo de todo: gobiernos de todo tipo y color; épocas buenas y de las otras, sacrificios y recompensas.

Pero lo que nunca le faltó fue actitud para volcar en una labor que se convirtió en una forma de vida.

Así, asegura que le entrega el “alma” al trabajo, que el respeto hacia los pacientes es su premisa y que la palabra y los contratos “deben cumplirse al pie de la letra”.

«En toda mi trayectoria, aprendí que ningún gobierno ha sido mejor que el anterior y que los políticos no cumplen con aquello que prometen. Pero el secreto es trabajar con responsabilidad y mostrar buena predisposición”, sintetiza.

Con el “Rodrigazo”, en los ’70, debutó amargamente montando su primer laboratorio en General Acha: terminó devolviéndole al Banco Pampa el doble de lo que le había prestado.

El pueblo fue solidario y hasta llegó a recibir análisis de veterinarios amigos para que evaluara valores de caballos. Querían retenerlo.

Pero Enrique quería abrirse camino fuera de su pueblo y así ganó un concurso para enseñar física eléctrica en la UNS, Bahía Blanca, cargó su laboratorio en un camión y lo trasladó a esta ciudad.

Así, empezó de nuevo en Panamá 1264.

“Era la época de la dictadura. Los militares frenaron el camión en Alem. No entendían nada. Afortunadamente no pasó a mayores”, recuerda.

Se casó con Beatriz Welker y en Bahía armó su familia y nacieron sus tres hijos: Jorge, Lorena y Alejandra.

Más tarde, en los años 90 y en un asado, le propusieron montar su laboratorio en el Hospital Español. Fue así que se unió a Pepe Galiana, bioquímico, y más tarde a Graciela, su hija, con quien hoy prolonga la sociedad.

Transcurrieron 10 años de tarea intensa en el Español, hasta que en 2001 se trasladaron a la sede de Alem y 11 de abril.

El laboratorio y la actividad fueron creciendo y así fue que en 2015 pudieron adquirir una confortable casona a pocos metros de allí, en Alem 533, la que remozaron, adaptaron y dotaron de equipamiento de última generación.

“Desde 2017 estamos aquí, contentísimos, cómodos y con un plantel de alrededor de 20 profesionales, cinco de los cuales se desempeñan en nuestro laboratorio de calle Colón 315”, recuerda.

Pero nada fue por casualidad ni llegó de regalo, advierte, sino que fue el resultado de un trabajo intenso y disciplinado.

Se levanta 5.30 y una hora más tarde ya tiene una jeringa en la mano. Desde 2003, Gama atiende las 12 mil cápitas de Pami pertenecientes al Hospital Municipal, además de otro abultado número de prepagas, obras sociales y particulares.

Y desde hace casi 10 años, todos los viernes, religiosamente, viaja a Cabildo para atender al caudal de jubilados que tiene asignado. Regresa con facturas y prolonga así su ajetreada mañana.

“Crear un buen clima es importante. Acá la pasamos bien, pero eso sí: trabajamos todos a la par”, dice.

Como si fuera poco, a su actividad cotidiana le suma los controles bromatológicos de la empresa Profertil.

“Me apasiona y trato de volcar lo mejor, algo que también debe ir de la mano con la rectitud. Me contratan para controlar, eso no se negocia”, señala.

Abuelo de Alma, Valentino, y otro nieto en camino, Enrique intentó jubilarse hace un tiempo.

“Implicaba dar de baja a la matrícula, deshacer la sociedad y, por lo tanto, dejar en la calle a los empleados. Todo, para ganar una miseria. Me sentí estafado y me negué”, recuerda.

No afloja por nada.  Y con orgullo, cuenta que por sus dos laboratorios pasan alrededor de 200 pacientes por día.

Insiste: más allá de los gobiernos que se han sucedido en los últimos años y de la “inoperancia” de la mayoría de los políticos, trabajar con responsabilidad y respeto al paciente han sido la mejor fórmula para el éxito. Y en el mismo sentido, asegura, tiene aleccionado al personal. Porque la gente, explica, acude con problemas y nuestro deber es ayudarla a resolverlos.

“¿Hasta cuándo seguiré? Creo que hasta que me muera –reflexiona, un poco en broma, un poco en serio. Pido a Dios que me lleve con una jeringa en la mano”.